Juan Manuel Márquez (Desfase 02).
Nada más despertar, Fidel ve a Julia dormida y desnuda a su lado y se encuentra mirando unos gayumbos tirados en el suelo y pensando en que ha soñado con los de Pablo Iglesias. ¿Hay alguna relación entre la realidad y su sueño? A raíz de este incidente aparentemente banal, el protagonista, cual Tristam Shandy moderno, va desgranando progresivamente sus divagaciones incesantes, inteligentísimas, riquísimas y humorísticas.
Un diamante literario con el destello del genio.
Estamos ante una revelación literaria.
Pasen y lean, señores. Además de disfrutar con el humor del irrepetible Fidel, el poso que dejará en ustedes esta obra será indeleble.
Juan Manuel Márquez
1970, Sevilla.
Por puro azar lleva diecisiete años trabajando en el sector del telemarketing (palabrita que nunca sé muy bien cómo escribir). Ocupa un puesto que, según le dicen y aparece en su contrato, es un mando intermedio. Madruga todos los días para escribir.
Con Iglesias hemos topado
Juan Manuel Márquez
Edición eBook
ISBN: 978-84-943212-9-0
Esta obra ya no está disponible en nuestro catálogo.
Fragmento:
Me llamo Fidel y debo mi nombre a Fidel Castro. Mi padre lo admiraba casi con devoción hasta que falleció. Hasta que falleció mi padre, no el líder cubano, tan revolucionario que ni se muere (nota para la edición posterior: Castro está vivo, aunque enfermo, en el momento en que escribo estas palabras. Conste que no me hago responsable de la falta de vigencia de las mismas, o del deceso del citado, cuando medie el tiempo y ocurra que Fidel Castro muera. Que ocurrirá, que la muerte a todos nos iguala y todo eso). Papá lo hizo, morir, de modo prematuro por causa de un cáncer repentino y cruel que arrasó el interior de su cuerpo en pocos meses. Mamá vive aún, tiene buena salud, recuerda a su marido con tranquilidad, con una nostalgia que es como un goteo, que parece tristeza pero que no lo es porque no le duele. Voy a verla con frecuencia, casi siempre a la hora de merendar para que me siga haciendo sus magdalenas caseras. No tengo hermanos. A mi madre le basta una mirada para intuir cómo estoy. E intuye, sabe, que estoy bien, que pasó la tormenta, casi letal para mí, en la que me vi envuelto cuando terminó mi relación con Marta y que ahora, con Julia, he vuelto a recuperar la ilusión. Es cierto, hace dos años que comencé una relación con Julia y tengo cada día más claro el amor que siento. Vivimos juntos desde hace uno. Ella es profesora de Filosofía en un instituto y yo, ya les dije (¿lo he dicho ya o no? Bueno, da igual), hace varios meses que estoy en paro. No llegué a finalizar mi estudios universitarios de Farmacia, aún no sé si por falta de vocación o por mi hipocondría, y me voy bandeando como buenamente puedo con trabajos inestables y mal remunerados: teleoperador, comercial, alguna chapuza en negro porque soy un manitas. Cosas así. Me planteo a veces preparar unas oposiciones al Estado de esas en las que se presentan treinta mil personas nerviosas e ilusionadas para cincuenta puestos que coquetean con el mileurismo y a la postre desganados, pero siempre me puede la pereza. Soy hipocondríaco y perezoso, lo segundo mantiene a raya a lo primero. Por pura indolencia, aunque siempre tengo presente esa posibilidad, no provoco que un dolor de cabeza trivial devenga en tumor cerebral incurable, unas agujetas en arteriosclerosis o una gripe otoñal en el virus del Ébola. Lo más que concedo, porque conlleva poco esfuerzo e implica poca repercusión, es que una falta de ortografía pueda ser el conato de un trombo entre los sustantivos que suelo usar, pero lo resuelvo con un chute de diccionario que enseguida me calma. Y la sangre del idioma vuelve a circular entonces con normalidad…